jueves, 10 de mayo de 2012

al fin llegó, dos años atrás

Una vez más intento poner mis sentimientos en palabras. Una vez más. Porque la verdad, que no es cosa fácil. No es simple resumir, mejor dicho traducir, algo tan complejo y tácito como una sensación o un sentimiento. Por más que muchos hablen y escriban sobre el tema, nunca, repito: nunca, podrán transmitirlo tal cual es... Del amor hablo, claro.

Honestamente, y sin aires de santa, confieso que le doy demasiado protagónico al amor en mi vida. Me parece lo más importante, siempre, sobre todas las cosas. Desde chica lo empecé a buscar, aunque todavía ni sabía qué era eso que buscaba. Era una potente curiosidad.
Ya tenía amor familiar, muchos hermanos que eran amigos. También tenía madres de más, a falta de una figura paterna supongo. Ellos me daban suficiente amor, y aún así, siempre preferí esa soledad que rara vez encontraba. Tenía algunos buenos amigos, un par, a quienes quise con amor y aún lo hago. Con quienes compartí mucho de mi ser, y aprendí a dar aquello que siempre me encantó recibir.

De repente, un día cualquiera de mi quinto grado, me puse de novia. Obviamente, eso que viví entonces estaba muy lejos del amor. Pero eso solía escribirle en los cartelitos que le mandaba, y eso solía decirme él cuando me pedía que lo besara. Cosa que nunca hice, y la relación pronto terminó. 
Tenía 11 años creo, pero nunca olvidé lo que aprendí de esa relación. Era muy chica para conocer al amor de mi vida. Para empezar una relación que durara hasta el fin de mis días. Me di cuenta que ni él, ni ninguna de mis próximas parejas sería mi amor eterno. Ese amor que veía en las películas no podía empezar tan pronto.

Entonces me decidí a conocer a las personas por dentro, y ver lo que pasaba. Si ameritaba le daría  una oportunidad. Simplemente, no cerraría las puertas ni dejaría pasar una oportunidad de amor, por miedo ni por prejuicios. Ahí comenzó un viaje, que eventualmente me desesperanzó.

Ya había conocido a mucha gente. Había salido del secundario y empezado una carrera. Había tenido unas cuantas relaciones fallidas. Pero nada. Nadie que durase. Nadie que mantuviera mi interés romántico ni amoroso por más de seis meses. Voy a resaltar algo: nadie que mantuviera mi interés.
Me aburría. Pasaban a ser personajes peculiares, especiales, y tal vez muy interesantes... Que funcionarían bien de amigos. Claro, si no tuvieran otros sentimientos por mi. Por eso las cosas empezaban a complicarse una vez más.

Una vez, un novio que tuve me propuso matrimonio. Me avergüenzo de admitir que yo soy una de esas personas que no saben decir: no. Una de esas personas que con tal de no lastimar a la persona que tienen en frente, no dicen las cosas que en realidad en el momento piensan. Y como una tonta, le dije que sí, sintiendo en mi alma que todavía no era el momento. Que me faltaba experiencia de vida. Y él, ante mi, era como un hermano. Un hermano de los preferidos, pero nada más que eso.

Le pedí perdón, honestamente y llorando, el día que rompí por última vez el corazón de un hombre. Pero también le dije algo más: me parece, que puede ser, que me gusten las mujeres. No era cierto. Solo pensé que eso lo lastimaría menos. Pero a la vez, me lo preguntaba. Tantos novios... Y nada. Ni una mariposa en mi estómago.

Otra etapa comenzó entonces. Conocí a gente muy linda de alma. Muy inteligente, muy divertida. Tuve experiencias de todo tipo y no le temía a nada. Mi mente ya no estaba tan bien. No por eso, nada que ver, sino por mí. No estaba en paz con mi ser. Había una guerra dentro mío, eran demonios contra unos ángeles, pero habían demonios buenos, y ángeles malos también. Demasiada confusión. Perdí el equilibrio. Perdí el control.

A fines de Abril del 2010, en pleno auge de mi locura, conocí a una mujer en una obra de teatro titulada "Inmundas". Era simplemente hermosa. Perfecta diría. Yo estaba afuera del teatro, fumando con una amiga, y ella llegó. Mis ojos se fijaron como nunca antes se habían fijado en nadie. Una sonrisa picarona surgió, y ella se acercó. Daiana se llamaba, vestía un estilo hippie y estaba sutilmente maquillada con delineador en los párpados superiores de sus increíbles ojos marrones. Su mirada, sus pestañas y su sonrisa, me seducían. Y aunque intente explicarlo, no podría hacer justicia a esa sensación que nació en mi, por ella. Por Dai.

La invitamos a fumar. Resulta que era amiga de los amigos de mi amiga, por casualidad del destino, y que yo estaba empezando a comportarme más atrevida que nunca. Un grupo muy lindo de estudiantes de actuación, y yo, una artista cualquiera que no tenía nada que ver. Así que fumamos un poco, y entramos al teatro. Quise sentarme al lado suyo, tenía toda esa intención, pero no fue así. Estuvo más lejos y yo lo lamenté, pero nunca, desde que la vi llegar, dejé de mirarla.

Dai compró dos tragos, para compartir. Cuando se terminaron, compré dos yo. La obra estuvo buenísima. Genial la verdad. Pero terminó, y yo todavía no estaba preparada para perderla. Así que afuera otra vez, planeamos una salida grupal. Yo le hablaba directamente a ella, como si la conociera desde siempre. Con esa autoridad. "Es raro encontrar a alguien que te mire tan fijo a los ojos..." dijo en un momento. Ingenua.

Salimos a buscar un lugar dónde divertirnos todos juntos. Pasamos por un par, y nos instalamos en el tercero. Yo aprovechaba cada momento que la tenía cerca para llamar su atención. Tan desubicada estaba ese día, que había comenzado a acariciarla no tan disimuladamente, en la espalda, en sus manos... Tenía una piel increíblemente llamativa y atrayente. La sigue teniendo...

En ese último bar, surgió en el baño de mujeres el tema de la homosexualidad. Yo admití que mi última ex había sido mujer, otras dos chicas admitieron ser medio bisexuales. Ella nada. Se sabía heterosexual. Y aunque eso haya sido una mala noticia para mí, no me detendría.

Un hombre apareció en ese justo momento. Un ex amante mío, completamente loco pero bien. Gracioso digamos, aunque mucho más desubicado que yo. Valentín se llamaba, y quiso ver si podía llegar a lograr algo conmigo. Le recordé que los hombres no llamaban más mi atención por el momento, entonces fijó su atención en Dai. Lo vi, y le dije que se olvide. Que era mía. ¿Es gay?, me preguntó. No todavía, le respondí. Me desafió. Yo le dije que lo intente si quería, pero que yo no me rendiría. Que gane el mejor, me dijo.

Después de unas cuantas cervezas pasé al baño. Cuando salí, ella estaba en la puerta queriendo entrar.(Pícaramente pensé: mirá vos... qué casualidad!) Y como yo estaba saliendo, tuve que dar un paso atrás. Le sostuve abierta la puerta: Pasá. Dai pasó al baño del bar y yo cerré la puerta, quedándome del lado de adentro. Ella se apoyó en la pared entre los dos cubículos del baño. Le dije: ¿vas a pasar?; me dijo: no puedo, me inhibís. Y trabé la puerta con mi pie.

Pensamiento interno: si la inhibo... Me acerqué a ella, la tomé de la cara, y le di el beso más lindo que di en mi vida. Ella respondió. Tocaron la puerta, Valentín. Bla, bla bla. ¿Está ahí con vos? Touché, dijo. Y me dejó una cerveza que compartí con Dai.

Fue el momento más importante de mi vida hasta el día de hoy. No cambiaría nada y agradezco al destino que me dio esa oportunidad, en ese momento, en ese lugar.

Se estaba haciendo de día y cada uno se iba a su casa. Mi amiga que todavía estaba por ahí venía a dormir conmigo a lo de mi abuela. Pero yo prácticamente me había olvidado de ella, estaba obsesionada con Dai, y descubrí que vivía en Palermo. Así que compartimos un taxi. Pase lo que pase, no la quería soltar. Todavía ni siquiera le había dado mi teléfono, ni conseguido el suyo. Anduvimos una cuadra en el auto, y en la esquina estaba su amiga, Lu, que aparentemente vivía para el mismo lado. La levantamos y seguimos las cuatro.

Llegamos a la casa de Lu y Dai explicó que vivían a una cuadra, así que bajaría del taxi. La tomé de la cintura y le dije: vos te venís conmigo. Por suerte, milagro, o no sé qué obra de mi ángel guardián, ella no pudo negarse y de hecho se vino conmigo. Mi abuela estaba dormida, y no es de esas típicas abuelas que se levantan muy temprano, sino de las otras, las que se levantan a las dos, tres de la tarde. Le hice la cama a mi amiga, Mili  (en el cuarto donde yo dormía) y cerré la puerta de ambos cuartos. Dai y yo quedamos en el living, más precisamente, en el sillón.

Ahora sí que me quedo sin palabras que hagan justicia. Traté de no ir tan rápido; sabía que ella nunca había estado con una mujer. Pero la verdad, metafóricamente y no tanto, la quería comer toda. (A besos, claro.)  Estaba acostada arriba suyo y moría por sentir todo su cuerpo con el mío. Recorrerlo con mis manos de artesana centímetro a centímetro. Descubrirlo todo, entero, como nadie nunca antes lo había descubierto. Pero como soy una dama y entendía su situación, no la desnudé.

Le besé tanto la cara que dejé tatuados más de cien besos solo ahí. Me hice adicta a su ser, una loca de los besos. Me entretuve con su cuello como una vampiresa muerta de hambre y con un antojo específico de una Daiana Alvarez calentita. La dejé marcada sin querer. Sentía mucho vértigo con ella, por esos besos que aprendimos a darnos, por esos besos que descubrimos. Sentía electricidad en todo mi cuerpo, el corazón palpitaba al máximo. Más vértigo, y no había altura que lo justifique. Sentí muchísimo placer... Nunca antes lo había sentido así. No era igual a tener sexo, y aún así, fue mejor.

Ya había pasado el mediodía cuando pude aceptar que se fuera. Admito, tenía un poco de miedo por si se levantaba mi abuela. Fue entonces cuando Dai me dijo: prometeme que nos vamos a volver a ver. No puedo ni siquiera empezar a explicar lo lindo se sintió escuchar eso de su voz, mi voz preferida desde ese entonces en adelante. Se lo prometí, obviamente. La verdad, por más que sea un poco difícil de creer, ya me sentía como enamorada, aunque recién la conocía. Era algo muy nuevo para mí, esa sensación, pude entender la diferencia con todo lo anterior. Y pase lo que pase o sienta lo que sienta, estaba 100% segura que tenía que ver directamente con eso llamado amor.

Tenía veintidós años cuando la conocí, y tuvimos que pasar un infortunio que no cualquiera puede superar. Nos pusimos de novias una semana después de conocernos. Y me mudé con ella 3 meses después. Dos años pasaron, y estamos juntas. Entonces: afirmo y vuelvo a confirmar que la amo con la misma pasión de ese primer beso, y con la potencia de esos cien que le di en la cara. Y, volviendo a la introducción de este texto, ella sí es mi amor eterno. Aprendí de mi propia experiencia y lo sé con toda seguridad. Para toda la vida, pase lo que pase. Soy suya, para siempre.

Continuará...

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