jueves, 21 de abril de 2016

bi-vívido

Un día mi cuerpo y mi alma se separaron, uno salió, y el otro se quedó en casa. Afuera hacía frío, había llovido sin parar por una semana. Recién empezaba a amagar el sol. Adentro había un refugio, vacío de personas y lleno de objetos.

La ciudad estaba mojada, el tránsito humano como siempre, de traje. Nadie miraba a nadie, sólo se esquivaban y miraban a otro lado. A cualquier lado, menos a los ojos. Mientras, en el departamento de Planta Baja, reinaba el silencio.

Afuera el aire limpiaba mis pulmones, usualmente llenos de humo de tabaco; y ventilaba mis pensamientos. Adentro, en el refugio, el aire estaba algo condensado, pero la paz era tanta que se sentía como estar dentro de una nube, o abajo del agua, sin frío ni calor.

Esquivando humanos y autos, encontré una plaza. Fue lo mejor que me podía haber pasado en ese preciso momento. Estaba empezando a sentirme como una tuerca, una parte de un engranaje. Parte de una gran máquina metálica bien aceitada.

Recuerdo que adentro, en ese mismo momento, comenzaba a sentirme inútil. Prescindible, y ajena. Hasta que encontré una idea, que despertó a mi mente, y me empujó a crear. Una idea como una plaza, con todo tipo de vegetación. O un árbol con sus raíces y sus ramas.

Esa noche mi cuerpo y mi alma se reunieron, en la puerta de casa. Ambos habían tenido sus propias experiencias, pero no se hablaron. Simplemente se unificaron y volvieron a la realidad, como si nada hubiera pasado. Y ésto nunca más me volvió a pasar.

El día de hoy aún recuerdo ese día, sin terminar de entenderlo. Lo sentí todo; estoy segura de lo que viví, pero nunca supe qué parte con mi cuerpo y qué parte con mi alma. Nunca supe dónde estaba mi piel, mi carne; dónde estaba mi mente. Quién se quedó adentro y quién salió a pasear.



Rosario Grasset

jueves, 14 de abril de 2016

hagamos el amor, no la guerra

Humanos, hermanos, personas vecinas, compañeros de planeta; damas y caballeros: esta noche me dirijo a ustedes en son de paz, a proponerles un proyecto. Les hablo sin levantar la voz, ni interrumpir sus pensamientos (ni sus problemas), a menos que ustedes lo permitan.

Pido disculpas de antemano si llegan a pensar que ésto es, o fue, una pérdida de tiempo. Espero no sea el caso. Pero si usted está teniendo dudas, estimado lector, lo invito a ignorar lo que estaba a punto de leer. Abrir una nueva pestaña en el explorador y poner música, o algo más importante que leer los pensamientos de un desconocido.

Sin embargo, inexplicablemente, me siento obligada a seguir registrando el re-nacimiento de ésta idea. De éste concepto tan simple, y a la vez tan complejo. Porque todos nosotros disfrutamos el amor; el cariño, el afecto en cualquiera de sus formas. Nos genera sonrisas, y cierto calor en el alma. Nos causa felicidad, y todo ésto debería ser obvio.

Exceptuando a algunos pocos, la mayoría de nosotros preferimos estar en ambientes calmos y relajados, donde podamos sentirnos cómodos y seguros. Protegidos y bienvenidos. Preferimos eso, a estar inversos en ambientes violentos, o agresivos en cualquiera de sus formas. Lugares imponentes, con sonidos fuertes, y luchas por objetos o ideales.

Todos deseamos el amor, y creo que muy pocos desean la guerra. Demasiado pocos, y ellos son los enfermos. Los ambiciosos de poder, hambrientos de reconocimiento basado en el temor. Son los que sueñan con ser mejores que todos los demás. Lo creen, realmente creen que son mejores. Por eso se ven obligados a demostrarlo, aunque haya sangre y lágrimas de por medio.

Pero eso no justifica que la vida de todos nosotros tambaleé, también, entre al amor y la guerra. Entre el dominante y el dominado, el poderoso y el débil. Será fina la línea entre el odio y el amor, pero existe. Ahí está; sólo tenemos que estar más atentos, verla, y respetarla. Actuar conscientes de que sabemos reconocerla cuando aparece, y decidir acorde.

El amor es ciego, dicen, y es porque ve en profundidad. Más allá de lo que puede ver el ojo humano. Y estamos mal-acostumbrados a creer sólo en lo que vemos. La realidad es que es algo invisible, pero no ciego; ve mejor que todos. Yo creo que es por eso que sabe más que nosotros mismos en estado consciente. Y principalmente, sabe perdonar.

No discrimina, ni mucho menos impone. Es abierto, puro, libre. Sobretodo libre. Porque no busca alguna ganancia personal, sino un placer recíproco. Es un gusto; un abrazo, una sonrisa, una mirada, un beso. Compartir un momento de esos que te hacen pensar que la vida tiene sentido. Que tan mal no estamos, ya que tenemos eso. Por lo menos, tenemos eso.

Pero no tiene por qué ser "por lo menos", debería ser prioridad. Debería ser una meta, y principal. No hablo sólo del amor de pareja. No hablo sólo de los matrimonios y las familias. Hablo de todos nosotros, para con todos nosotros. Recordando que sabemos que está esa línea, podemos reconocerla, y podemos actuar acorde a eso. 

Nosotros sólo tenemos el control de nosotros mismos. El resto es manipulación. La realidad es que la mejor manera de enseñar es con el ejemplo. Y creo que éste tema es lo suficientemente importante como para viralizar, no en la web, sino en nuestros ambientes. En nuestros contextos, con vecinos, amigos, allegados. Creo que podemos propagarlo, y contagiarlo, (o al menos eso espero).

En fin, no voy a darle más vueltas al asunto porque se supone que está claro. Es obvio. Y no hay mucho más que decir al respecto. Deberíamos tratar a la gente como nos gustaría que nos traten. Con cautela, paciencia y tolerancia. Respeto, y en lo posible cariño. No deberíamos cerrar esas puertas por temas relacionados con la guerra, o la ambición, el poder, y la posesividad.

Buenas noches humanos, hermanos, personas vecinas, compañeros de planeta, damas y caballeros; espero que sepan que éste mensaje trae en sí mismo cierto tipo de afecto a personas conocidas, y desconocidas, que se animan a leer éste tipo de reflexiones inéditas. De autores desconocidos, y un poco redundantes, que se van por las ramas en el medio de la noche de un Jueves cualquiera.

RGrasset

jueves, 3 de marzo de 2016