miércoles, 31 de octubre de 2012
lunes, 6 de agosto de 2012
domingo, 5 de agosto de 2012
palabras que huyen de mi
Últimamente estoy con antojos artísticos específicos que no puedo saciar. Me dan unas ganas urgentes de hacer cosas como: dibujar, pintar, esculpir, tallar, escribir un libro, escribir un cuento, terminar los anteriores, escribir una poesía, hacer títeres, seguir con las artesanías, conseguir mi atril, comprarme un lienzo, y bueno... Nada, sueño. Sueño con poder hacer todo eso y disfrutarlo hasta la muerte. Con aprender cada vez más, y poder crear con mis propias manos, todo lo que quiera o sienta la necesidad de ver y conocer. Quiero inventar mis propios mundos en todas sus dimensiones y vivir en la magia del arte, la creatividad y la imaginación. Donde nada es imposible y nada puede estar tan mal. Donde uno mismo entiende lo que siente correcto y nadie lo puede refutar, porque es algo interno, y hasta demasiado personal. Porque hay libertad plena; de ser, de ver. Porque es lo mío, es lo que siempre me gustó más hacer y lo nunca pretendo dejar de hacer. Sin embargo... No lo hago tanto como quisiera, como debería si quisiera que funcione. Tampoco lo muestro tanto, no lo comparto al mundo. Muchas cosas quedaron abandonadas... Incompletas. Muchas otras ni siquiera empezadas. No estoy pudiendo hacerlo de la manera en la que sueño, todavía, pero eso tampoco me impide hacerlo. No puedo forzarlo porque no depende de mí. Yo no planeo tanto la obra a suceder. Tal vez sí los elementos que quiero usar, y sí elijo el momento porque eso es primordial. Pero no tengo las instrucciones ni el plano general. A veces, tengo un boceto. Y de allí en adelante, sucede lo que sucede. Mis manos son sólo un instrumento, una herramienta que de alguna forma, se conecta con mi mente de una manera que desconozco para mostrarme algo. Para decir algo, tanto a mi como quien lo viera. No creo que a todos nos diga lo mismo, para nada. Pero sí creo que sea lo que sea que fue creado en ese momento, tiene vida propia a partir de su terminación. Tienen identidad propia, función, lenguaje, historia... Algunos hasta personalidad. En fin, no sé, obras en potencia, ideas inexploradas, palabras invisibles y dibujos fantasma, poesías incompletas; por ejemplo, las últimas dos a medias:
Uno:
¿Quién soy yo para llamarme artista si no estoy haciendo arte?
¿Por qué estoy tan segura de ser escritora, si no escribí nunca un libro?
Tampoco es que yo voy por la vida presentándome así,
pero si lo siento y lo sé con mucha seguridad;
en mi ser, en mi alma.
De hecho, es lo único que sé con tanta seguridad.
Del resto... Dudo.
Lo demás,
lo que no tiene nada que ver con el arte,
es un camino angosto,
largo y ondulado
de signos de pregunta.
Son pequeños misterios,
pequeños caminos enigmáticos
escondidos por la vida.
Y a menos que pases por ellos,
nunca siquiera los verás.
Porque si no estás mirando atentamente
ni siquiera existirán.
Dos:
Hubo un momento en el que me creí maldita...
Afirmaba que estaba en el infierno,
que ardía mi sangre mi piel y mi carne, sentía
desespero y dolor , sufría.
Estuve muy equivocada en ese entonces...
Lo afirmo ahora lejos de allí,
sólo que de repente caí y equivocada, creía
tal vez la muerte será mejor, decía.
Eso... Es tan sólo un ejemplo. Iba a no ser nada, tal vez, si no regresaba. Ahora, como si fuera una ironía, me veo obligada a escribir las siguientes palabras:
CONTINUARÁ...
miércoles, 11 de julio de 2012
miércoles, 27 de junio de 2012
viernes, 22 de junio de 2012
vive y deja vivir
Yo no tengo una explicación lógica. Ni soy dueña de una verdad oculta que puedo si quisiera revelar. No tengo excusa, ni respuestas a todas las preguntas que se me presentan. No quisiera tener que justificarme. Yo creo firmemente en la frase que dice “vive y deja vivir”.
Una vez, cuando era más chica, caminaba observando a la gente que se me cruzaba por la calle. Muchos éramos, mucha gente. Desconocidos, extras si fuera una película. Empecé a pensar que así como en mi cabeza pasaban millones de cosas, en la de ellos seguro también. Así como yo tenía mis cuestiones; mis inquietudes, personajes, dudas, quejas, dolores, etc... Ellos seguro también. También tendrían sus respectivas familias y sus respectivos problemas. Entonces, descubrí que cada uno tenía su mundo. Cada ser humano, de los miles y millones que rondan la Tierra, tenía su propio locutor mental. Y obviamente cada uno tiene su forma de ver, y su forma de ser. No todos reaccionaríamos igual ante lo mismo. Insignificante me sentí, pero segura. Segura de haber descubierto una nueva verdad, que por X razón, me parecía importante.
Pero no me vi iluminada al final. Porque por más que haya aprendido algo nuevo e interesante, siempre seguí siendo demasiado susceptible a la crítica ajena. Me desespera, aún el día de hoy, sentirme juzgada. Yo no molesto a nadie, bueno, por lo menos de verdad lo intento. Sólo molestaría a quién está demasiado cerca mío y mucho tiempo consecutivo. Y sin querer. Pero nunca con respecto a su ser y cómo maneja su vida. No me parece ¿Quién soy yo para juzgar? Cada uno vive la mano que le tocó, y hace lo que puede con lo que tiene. Algunos nos equivocamos mucho, otros tal vez no tanto. Pero todos aprendemos, y todos crecemos. Porque cada uno se forma a sí mismo. Cada uno tiene dentro suyo a su Dios, su filosofía, sus valores, dones particulares, habilidades, y potenciales acciones transformadoras. Cada uno va a su ritmo, y por el camino que le pareció más correcto de los que supo encontrar.
No creo que por ninguna razón, y mucho menos por amor, debamos intentar cambiar al otro. No deberíamos hacerlo, por más que uno se sienta tal vez más cómodo con alguien más afín. Nada de que mi religión es la correcta y la tuya es un pecado, nada de que mi orientación sexual es la ideal y natural, y la tuya es sodomía. Y ni hablar de la forma de vestir, o de decorar su cuerpo o pelo con colores, tatuajes o piercings. Si amás algo, dejalo ser. Y si no, no lo molestes. Porque hay que saber al otro como ser sensible y pensante. Como propio y único responsable de lo que sea de sí. Y aunque no creas en Jesús, ni en los apóstoles, ni en en la Iglesia, igual pensá en el mensaje: Ama al prójimo como a ti mismo.
Todos sabemos que la violencia y la agresión duelen. Sabemos que la guerra es lo peor que aprendió el hombre en su estadía en el planeta. La maldad, lamentablemente existe; y las palabras, también pueden ser armas. El dolor no es sólo físico, ni el sufrimiento. Lo único que tenemos para salvarnos es el amor. Es la medicina ideal, y lo único que podría ayudar a que el planeta no se pudra y se muera. Es lo que salva vidas, y lo que nos une a todos. Porque solos no podemos hacer tanto. Somos muy pequeños en general. Si fuéramos más, y compartiéramos entre todos muchísimo amor... ¿No creen que crearíamos un paraíso?
Una vez, cuando era más chica, caminaba observando a la gente que se me cruzaba por la calle. Muchos éramos, mucha gente. Desconocidos, extras si fuera una película. Empecé a pensar que así como en mi cabeza pasaban millones de cosas, en la de ellos seguro también. Así como yo tenía mis cuestiones; mis inquietudes, personajes, dudas, quejas, dolores, etc... Ellos seguro también. También tendrían sus respectivas familias y sus respectivos problemas. Entonces, descubrí que cada uno tenía su mundo. Cada ser humano, de los miles y millones que rondan la Tierra, tenía su propio locutor mental. Y obviamente cada uno tiene su forma de ver, y su forma de ser. No todos reaccionaríamos igual ante lo mismo. Insignificante me sentí, pero segura. Segura de haber descubierto una nueva verdad, que por X razón, me parecía importante.
Pero no me vi iluminada al final. Porque por más que haya aprendido algo nuevo e interesante, siempre seguí siendo demasiado susceptible a la crítica ajena. Me desespera, aún el día de hoy, sentirme juzgada. Yo no molesto a nadie, bueno, por lo menos de verdad lo intento. Sólo molestaría a quién está demasiado cerca mío y mucho tiempo consecutivo. Y sin querer. Pero nunca con respecto a su ser y cómo maneja su vida. No me parece ¿Quién soy yo para juzgar? Cada uno vive la mano que le tocó, y hace lo que puede con lo que tiene. Algunos nos equivocamos mucho, otros tal vez no tanto. Pero todos aprendemos, y todos crecemos. Porque cada uno se forma a sí mismo. Cada uno tiene dentro suyo a su Dios, su filosofía, sus valores, dones particulares, habilidades, y potenciales acciones transformadoras. Cada uno va a su ritmo, y por el camino que le pareció más correcto de los que supo encontrar.
No creo que por ninguna razón, y mucho menos por amor, debamos intentar cambiar al otro. No deberíamos hacerlo, por más que uno se sienta tal vez más cómodo con alguien más afín. Nada de que mi religión es la correcta y la tuya es un pecado, nada de que mi orientación sexual es la ideal y natural, y la tuya es sodomía. Y ni hablar de la forma de vestir, o de decorar su cuerpo o pelo con colores, tatuajes o piercings. Si amás algo, dejalo ser. Y si no, no lo molestes. Porque hay que saber al otro como ser sensible y pensante. Como propio y único responsable de lo que sea de sí. Y aunque no creas en Jesús, ni en los apóstoles, ni en en la Iglesia, igual pensá en el mensaje: Ama al prójimo como a ti mismo.
Todos sabemos que la violencia y la agresión duelen. Sabemos que la guerra es lo peor que aprendió el hombre en su estadía en el planeta. La maldad, lamentablemente existe; y las palabras, también pueden ser armas. El dolor no es sólo físico, ni el sufrimiento. Lo único que tenemos para salvarnos es el amor. Es la medicina ideal, y lo único que podría ayudar a que el planeta no se pudra y se muera. Es lo que salva vidas, y lo que nos une a todos. Porque solos no podemos hacer tanto. Somos muy pequeños en general. Si fuéramos más, y compartiéramos entre todos muchísimo amor... ¿No creen que crearíamos un paraíso?
jueves, 10 de mayo de 2012
al fin llegó, dos años atrás
Una vez más intento poner mis sentimientos en palabras. Una vez más. Porque la verdad, que no es cosa fácil. No es simple resumir, mejor dicho traducir, algo tan complejo y tácito como una sensación o un sentimiento. Por más que muchos hablen y escriban sobre el tema, nunca, repito: nunca, podrán transmitirlo tal cual es... Del amor hablo, claro.
Honestamente, y sin aires de santa, confieso que le doy demasiado protagónico al amor en mi vida. Me parece lo más importante, siempre, sobre todas las cosas. Desde chica lo empecé a buscar, aunque todavía ni sabía qué era eso que buscaba. Era una potente curiosidad.
Ya tenía amor familiar, muchos hermanos que eran amigos. También tenía madres de más, a falta de una figura paterna supongo. Ellos me daban suficiente amor, y aún así, siempre preferí esa soledad que rara vez encontraba. Tenía algunos buenos amigos, un par, a quienes quise con amor y aún lo hago. Con quienes compartí mucho de mi ser, y aprendí a dar aquello que siempre me encantó recibir.
Ya tenía amor familiar, muchos hermanos que eran amigos. También tenía madres de más, a falta de una figura paterna supongo. Ellos me daban suficiente amor, y aún así, siempre preferí esa soledad que rara vez encontraba. Tenía algunos buenos amigos, un par, a quienes quise con amor y aún lo hago. Con quienes compartí mucho de mi ser, y aprendí a dar aquello que siempre me encantó recibir.
De repente, un día cualquiera de mi quinto grado, me puse de novia. Obviamente, eso que viví entonces estaba muy lejos del amor. Pero eso solía escribirle en los cartelitos que le mandaba, y eso solía decirme él cuando me pedía que lo besara. Cosa que nunca hice, y la relación pronto terminó.
Tenía 11 años creo, pero nunca olvidé lo que aprendí de esa relación. Era muy chica para conocer al amor de mi vida. Para empezar una relación que durara hasta el fin de mis días. Me di cuenta que ni él, ni ninguna de mis próximas parejas sería mi amor eterno. Ese amor que veía en las películas no podía empezar tan pronto.
Entonces me decidí a conocer a las personas por dentro, y ver lo que pasaba. Si ameritaba le daría una oportunidad. Simplemente, no cerraría las puertas ni dejaría pasar una oportunidad de amor, por miedo ni por prejuicios. Ahí comenzó un viaje, que eventualmente me desesperanzó.
Entonces me decidí a conocer a las personas por dentro, y ver lo que pasaba. Si ameritaba le daría una oportunidad. Simplemente, no cerraría las puertas ni dejaría pasar una oportunidad de amor, por miedo ni por prejuicios. Ahí comenzó un viaje, que eventualmente me desesperanzó.
Ya había conocido a mucha gente. Había salido del secundario y empezado una carrera. Había tenido unas cuantas relaciones fallidas. Pero nada. Nadie que durase. Nadie que mantuviera mi interés romántico ni amoroso por más de seis meses. Voy a resaltar algo: nadie que mantuviera mi interés.
Me aburría. Pasaban a ser personajes peculiares, especiales, y tal vez muy interesantes... Que funcionarían bien de amigos. Claro, si no tuvieran otros sentimientos por mi. Por eso las cosas empezaban a complicarse una vez más.
Una vez, un novio que tuve me propuso matrimonio. Me avergüenzo de admitir que yo soy una de esas personas que no saben decir: no. Una de esas personas que con tal de no lastimar a la persona que tienen en frente, no dicen las cosas que en realidad en el momento piensan. Y como una tonta, le dije que sí, sintiendo en mi alma que todavía no era el momento. Que me faltaba experiencia de vida. Y él, ante mi, era como un hermano. Un hermano de los preferidos, pero nada más que eso.
Le pedí perdón, honestamente y llorando, el día que rompí por última vez el corazón de un hombre. Pero también le dije algo más: me parece, que puede ser, que me gusten las mujeres. No era cierto. Solo pensé que eso lo lastimaría menos. Pero a la vez, me lo preguntaba. Tantos novios... Y nada. Ni una mariposa en mi estómago.
Otra etapa comenzó entonces. Conocí a gente muy linda de alma. Muy inteligente, muy divertida. Tuve experiencias de todo tipo y no le temía a nada. Mi mente ya no estaba tan bien. No por eso, nada que ver, sino por mí. No estaba en paz con mi ser. Había una guerra dentro mío, eran demonios contra unos ángeles, pero habían demonios buenos, y ángeles malos también. Demasiada confusión. Perdí el equilibrio. Perdí el control.
A fines de Abril del 2010, en pleno auge de mi locura, conocí a una mujer en una obra de teatro titulada "Inmundas". Era simplemente hermosa. Perfecta diría. Yo estaba afuera del teatro, fumando con una amiga, y ella llegó. Mis ojos se fijaron como nunca antes se habían fijado en nadie. Una sonrisa picarona surgió, y ella se acercó. Daiana se llamaba, vestía un estilo hippie y estaba sutilmente maquillada con delineador en los párpados superiores de sus increíbles ojos marrones. Su mirada, sus pestañas y su sonrisa, me seducían. Y aunque intente explicarlo, no podría hacer justicia a esa sensación que nació en mi, por ella. Por Dai.
La invitamos a fumar. Resulta que era amiga de los amigos de mi amiga, por casualidad del destino, y que yo estaba empezando a comportarme más atrevida que nunca. Un grupo muy lindo de estudiantes de actuación, y yo, una artista cualquiera que no tenía nada que ver. Así que fumamos un poco, y entramos al teatro. Quise sentarme al lado suyo, tenía toda esa intención, pero no fue así. Estuvo más lejos y yo lo lamenté, pero nunca, desde que la vi llegar, dejé de mirarla.
Dai compró dos tragos, para compartir. Cuando se terminaron, compré dos yo. La obra estuvo buenísima. Genial la verdad. Pero terminó, y yo todavía no estaba preparada para perderla. Así que afuera otra vez, planeamos una salida grupal. Yo le hablaba directamente a ella, como si la conociera desde siempre. Con esa autoridad. "Es raro encontrar a alguien que te mire tan fijo a los ojos..." dijo en un momento. Ingenua.
Salimos a buscar un lugar dónde divertirnos todos juntos. Pasamos por un par, y nos instalamos en el tercero. Yo aprovechaba cada momento que la tenía cerca para llamar su atención. Tan desubicada estaba ese día, que había comenzado a acariciarla no tan disimuladamente, en la espalda, en sus manos... Tenía una piel increíblemente llamativa y atrayente. La sigue teniendo...
En ese último bar, surgió en el baño de mujeres el tema de la homosexualidad. Yo admití que mi última ex había sido mujer, otras dos chicas admitieron ser medio bisexuales. Ella nada. Se sabía heterosexual. Y aunque eso haya sido una mala noticia para mí, no me detendría.
Un hombre apareció en ese justo momento. Un ex amante mío, completamente loco pero bien. Gracioso digamos, aunque mucho más desubicado que yo. Valentín se llamaba, y quiso ver si podía llegar a lograr algo conmigo. Le recordé que los hombres no llamaban más mi atención por el momento, entonces fijó su atención en Dai. Lo vi, y le dije que se olvide. Que era mía. ¿Es gay?, me preguntó. No todavía, le respondí. Me desafió. Yo le dije que lo intente si quería, pero que yo no me rendiría. Que gane el mejor, me dijo.
Después de unas cuantas cervezas pasé al baño. Cuando salí, ella estaba en la puerta queriendo entrar.(Pícaramente pensé: mirá vos... qué casualidad!) Y como yo estaba saliendo, tuve que dar un paso atrás. Le sostuve abierta la puerta: Pasá. Dai pasó al baño del bar y yo cerré la puerta, quedándome del lado de adentro. Ella se apoyó en la pared entre los dos cubículos del baño. Le dije: ¿vas a pasar?; me dijo: no puedo, me inhibís. Y trabé la puerta con mi pie.
Pensamiento interno: si la inhibo... Me acerqué a ella, la tomé de la cara, y le di el beso más lindo que di en mi vida. Ella respondió. Tocaron la puerta, Valentín. Bla, bla bla. ¿Está ahí con vos? Touché, dijo. Y me dejó una cerveza que compartí con Dai.
Fue el momento más importante de mi vida hasta el día de hoy. No cambiaría nada y agradezco al destino que me dio esa oportunidad, en ese momento, en ese lugar.
Se estaba haciendo de día y cada uno se iba a su casa. Mi amiga que todavía estaba por ahí venía a dormir conmigo a lo de mi abuela. Pero yo prácticamente me había olvidado de ella, estaba obsesionada con Dai, y descubrí que vivía en Palermo. Así que compartimos un taxi. Pase lo que pase, no la quería soltar. Todavía ni siquiera le había dado mi teléfono, ni conseguido el suyo. Anduvimos una cuadra en el auto, y en la esquina estaba su amiga, Lu, que aparentemente vivía para el mismo lado. La levantamos y seguimos las cuatro.
Llegamos a la casa de Lu y Dai explicó que vivían a una cuadra, así que bajaría del taxi. La tomé de la cintura y le dije: vos te venís conmigo. Por suerte, milagro, o no sé qué obra de mi ángel guardián, ella no pudo negarse y de hecho se vino conmigo. Mi abuela estaba dormida, y no es de esas típicas abuelas que se levantan muy temprano, sino de las otras, las que se levantan a las dos, tres de la tarde. Le hice la cama a mi amiga, Mili (en el cuarto donde yo dormía) y cerré la puerta de ambos cuartos. Dai y yo quedamos en el living, más precisamente, en el sillón.
Ahora sí que me quedo sin palabras que hagan justicia. Traté de no ir tan rápido; sabía que ella nunca había estado con una mujer. Pero la verdad, metafóricamente y no tanto, la quería comer toda. (A besos, claro.) Estaba acostada arriba suyo y moría por sentir todo su cuerpo con el mío. Recorrerlo con mis manos de artesana centímetro a centímetro. Descubrirlo todo, entero, como nadie nunca antes lo había descubierto. Pero como soy una dama y entendía su situación, no la desnudé.
Le besé tanto la cara que dejé tatuados más de cien besos solo ahí. Me hice adicta a su ser, una loca de los besos. Me entretuve con su cuello como una vampiresa muerta de hambre y con un antojo específico de una Daiana Alvarez calentita. La dejé marcada sin querer. Sentía mucho vértigo con ella, por esos besos que aprendimos a darnos, por esos besos que descubrimos. Sentía electricidad en todo mi cuerpo, el corazón palpitaba al máximo. Más vértigo, y no había altura que lo justifique. Sentí muchísimo placer... Nunca antes lo había sentido así. No era igual a tener sexo, y aún así, fue mejor.
Ya había pasado el mediodía cuando pude aceptar que se fuera. Admito, tenía un poco de miedo por si se levantaba mi abuela. Fue entonces cuando Dai me dijo: prometeme que nos vamos a volver a ver. No puedo ni siquiera empezar a explicar lo lindo se sintió escuchar eso de su voz, mi voz preferida desde ese entonces en adelante. Se lo prometí, obviamente. La verdad, por más que sea un poco difícil de creer, ya me sentía como enamorada, aunque recién la conocía. Era algo muy nuevo para mí, esa sensación, pude entender la diferencia con todo lo anterior. Y pase lo que pase o sienta lo que sienta, estaba 100% segura que tenía que ver directamente con eso llamado amor.
Tenía veintidós años cuando la conocí, y tuvimos que pasar un infortunio que no cualquiera puede superar. Nos pusimos de novias una semana después de conocernos. Y me mudé con ella 3 meses después. Dos años pasaron, y estamos juntas. Entonces: afirmo y vuelvo a confirmar que la amo con la misma pasión de ese primer beso, y con la potencia de esos cien que le di en la cara. Y, volviendo a la introducción de este texto, ella sí es mi amor eterno. Aprendí de mi propia experiencia y lo sé con toda seguridad. Para toda la vida, pase lo que pase. Soy suya, para siempre.
Una vez, un novio que tuve me propuso matrimonio. Me avergüenzo de admitir que yo soy una de esas personas que no saben decir: no. Una de esas personas que con tal de no lastimar a la persona que tienen en frente, no dicen las cosas que en realidad en el momento piensan. Y como una tonta, le dije que sí, sintiendo en mi alma que todavía no era el momento. Que me faltaba experiencia de vida. Y él, ante mi, era como un hermano. Un hermano de los preferidos, pero nada más que eso.
Le pedí perdón, honestamente y llorando, el día que rompí por última vez el corazón de un hombre. Pero también le dije algo más: me parece, que puede ser, que me gusten las mujeres. No era cierto. Solo pensé que eso lo lastimaría menos. Pero a la vez, me lo preguntaba. Tantos novios... Y nada. Ni una mariposa en mi estómago.
Otra etapa comenzó entonces. Conocí a gente muy linda de alma. Muy inteligente, muy divertida. Tuve experiencias de todo tipo y no le temía a nada. Mi mente ya no estaba tan bien. No por eso, nada que ver, sino por mí. No estaba en paz con mi ser. Había una guerra dentro mío, eran demonios contra unos ángeles, pero habían demonios buenos, y ángeles malos también. Demasiada confusión. Perdí el equilibrio. Perdí el control.
A fines de Abril del 2010, en pleno auge de mi locura, conocí a una mujer en una obra de teatro titulada "Inmundas". Era simplemente hermosa. Perfecta diría. Yo estaba afuera del teatro, fumando con una amiga, y ella llegó. Mis ojos se fijaron como nunca antes se habían fijado en nadie. Una sonrisa picarona surgió, y ella se acercó. Daiana se llamaba, vestía un estilo hippie y estaba sutilmente maquillada con delineador en los párpados superiores de sus increíbles ojos marrones. Su mirada, sus pestañas y su sonrisa, me seducían. Y aunque intente explicarlo, no podría hacer justicia a esa sensación que nació en mi, por ella. Por Dai.
La invitamos a fumar. Resulta que era amiga de los amigos de mi amiga, por casualidad del destino, y que yo estaba empezando a comportarme más atrevida que nunca. Un grupo muy lindo de estudiantes de actuación, y yo, una artista cualquiera que no tenía nada que ver. Así que fumamos un poco, y entramos al teatro. Quise sentarme al lado suyo, tenía toda esa intención, pero no fue así. Estuvo más lejos y yo lo lamenté, pero nunca, desde que la vi llegar, dejé de mirarla.
Dai compró dos tragos, para compartir. Cuando se terminaron, compré dos yo. La obra estuvo buenísima. Genial la verdad. Pero terminó, y yo todavía no estaba preparada para perderla. Así que afuera otra vez, planeamos una salida grupal. Yo le hablaba directamente a ella, como si la conociera desde siempre. Con esa autoridad. "Es raro encontrar a alguien que te mire tan fijo a los ojos..." dijo en un momento. Ingenua.
Salimos a buscar un lugar dónde divertirnos todos juntos. Pasamos por un par, y nos instalamos en el tercero. Yo aprovechaba cada momento que la tenía cerca para llamar su atención. Tan desubicada estaba ese día, que había comenzado a acariciarla no tan disimuladamente, en la espalda, en sus manos... Tenía una piel increíblemente llamativa y atrayente. La sigue teniendo...
En ese último bar, surgió en el baño de mujeres el tema de la homosexualidad. Yo admití que mi última ex había sido mujer, otras dos chicas admitieron ser medio bisexuales. Ella nada. Se sabía heterosexual. Y aunque eso haya sido una mala noticia para mí, no me detendría.
Un hombre apareció en ese justo momento. Un ex amante mío, completamente loco pero bien. Gracioso digamos, aunque mucho más desubicado que yo. Valentín se llamaba, y quiso ver si podía llegar a lograr algo conmigo. Le recordé que los hombres no llamaban más mi atención por el momento, entonces fijó su atención en Dai. Lo vi, y le dije que se olvide. Que era mía. ¿Es gay?, me preguntó. No todavía, le respondí. Me desafió. Yo le dije que lo intente si quería, pero que yo no me rendiría. Que gane el mejor, me dijo.
Después de unas cuantas cervezas pasé al baño. Cuando salí, ella estaba en la puerta queriendo entrar.(Pícaramente pensé: mirá vos... qué casualidad!) Y como yo estaba saliendo, tuve que dar un paso atrás. Le sostuve abierta la puerta: Pasá. Dai pasó al baño del bar y yo cerré la puerta, quedándome del lado de adentro. Ella se apoyó en la pared entre los dos cubículos del baño. Le dije: ¿vas a pasar?; me dijo: no puedo, me inhibís. Y trabé la puerta con mi pie.
Pensamiento interno: si la inhibo... Me acerqué a ella, la tomé de la cara, y le di el beso más lindo que di en mi vida. Ella respondió. Tocaron la puerta, Valentín. Bla, bla bla. ¿Está ahí con vos? Touché, dijo. Y me dejó una cerveza que compartí con Dai.
Fue el momento más importante de mi vida hasta el día de hoy. No cambiaría nada y agradezco al destino que me dio esa oportunidad, en ese momento, en ese lugar.
Se estaba haciendo de día y cada uno se iba a su casa. Mi amiga que todavía estaba por ahí venía a dormir conmigo a lo de mi abuela. Pero yo prácticamente me había olvidado de ella, estaba obsesionada con Dai, y descubrí que vivía en Palermo. Así que compartimos un taxi. Pase lo que pase, no la quería soltar. Todavía ni siquiera le había dado mi teléfono, ni conseguido el suyo. Anduvimos una cuadra en el auto, y en la esquina estaba su amiga, Lu, que aparentemente vivía para el mismo lado. La levantamos y seguimos las cuatro.
Llegamos a la casa de Lu y Dai explicó que vivían a una cuadra, así que bajaría del taxi. La tomé de la cintura y le dije: vos te venís conmigo. Por suerte, milagro, o no sé qué obra de mi ángel guardián, ella no pudo negarse y de hecho se vino conmigo. Mi abuela estaba dormida, y no es de esas típicas abuelas que se levantan muy temprano, sino de las otras, las que se levantan a las dos, tres de la tarde. Le hice la cama a mi amiga, Mili (en el cuarto donde yo dormía) y cerré la puerta de ambos cuartos. Dai y yo quedamos en el living, más precisamente, en el sillón.
Ahora sí que me quedo sin palabras que hagan justicia. Traté de no ir tan rápido; sabía que ella nunca había estado con una mujer. Pero la verdad, metafóricamente y no tanto, la quería comer toda. (A besos, claro.) Estaba acostada arriba suyo y moría por sentir todo su cuerpo con el mío. Recorrerlo con mis manos de artesana centímetro a centímetro. Descubrirlo todo, entero, como nadie nunca antes lo había descubierto. Pero como soy una dama y entendía su situación, no la desnudé.
Le besé tanto la cara que dejé tatuados más de cien besos solo ahí. Me hice adicta a su ser, una loca de los besos. Me entretuve con su cuello como una vampiresa muerta de hambre y con un antojo específico de una Daiana Alvarez calentita. La dejé marcada sin querer. Sentía mucho vértigo con ella, por esos besos que aprendimos a darnos, por esos besos que descubrimos. Sentía electricidad en todo mi cuerpo, el corazón palpitaba al máximo. Más vértigo, y no había altura que lo justifique. Sentí muchísimo placer... Nunca antes lo había sentido así. No era igual a tener sexo, y aún así, fue mejor.
Ya había pasado el mediodía cuando pude aceptar que se fuera. Admito, tenía un poco de miedo por si se levantaba mi abuela. Fue entonces cuando Dai me dijo: prometeme que nos vamos a volver a ver. No puedo ni siquiera empezar a explicar lo lindo se sintió escuchar eso de su voz, mi voz preferida desde ese entonces en adelante. Se lo prometí, obviamente. La verdad, por más que sea un poco difícil de creer, ya me sentía como enamorada, aunque recién la conocía. Era algo muy nuevo para mí, esa sensación, pude entender la diferencia con todo lo anterior. Y pase lo que pase o sienta lo que sienta, estaba 100% segura que tenía que ver directamente con eso llamado amor.
Tenía veintidós años cuando la conocí, y tuvimos que pasar un infortunio que no cualquiera puede superar. Nos pusimos de novias una semana después de conocernos. Y me mudé con ella 3 meses después. Dos años pasaron, y estamos juntas. Entonces: afirmo y vuelvo a confirmar que la amo con la misma pasión de ese primer beso, y con la potencia de esos cien que le di en la cara. Y, volviendo a la introducción de este texto, ella sí es mi amor eterno. Aprendí de mi propia experiencia y lo sé con toda seguridad. Para toda la vida, pase lo que pase. Soy suya, para siempre.
Continuará...
sábado, 5 de mayo de 2012
colgué
Colgué. Tenía un plan muy claro con este blog. El último; mi último espejo. Pero colgué.
El plan era subir, a tiempo real, las creaciones artísticas que hiciera. Solo cosas mías, 100 % original. Sólo fotos mías, de mis dibujos, pinturas, artesanías. Solo palabras mías. Pero, ¿qué pasó? De repente dejé de actualizar. Y después, siento que es tarde. Tarde para subir todo acumulado. Tarde para subir todo de golpe. No sé cómo ordenarme. La verdad, no sé que hacer. Me cuesta más que nunca escribir. Dejarme llevar. No me es tan natural como siempre lo había sido. Y para colmo me digo a mi misma que estoy bloqueada, y eso no me ayuda en absoluto.
Ahora escribo ésto, pero miro para atrás y veo que mi trabajo artesanal me espera. Que hay unos gatos desnudos, desabrigados, incompletos. Como yo...
Prometo que volveré, y trataré de arreglar éste lío que cree.
martes, 31 de enero de 2012
yo creo que...
El espíritu del ser humano busca siempre compañía. Queriendo absorver y aprender, contar o expresar. Es único, sutil e imperceptible. Incomprendido, que simplemente busca explicar algo no entendido. En silencio y soledad; energía y reflexión más el palpitar de un sólo corazón. Honestidad completa: mi último espejo. Hay armonía dentro nuestro, hay que saber aceptar. Hacer las paces con la vida y lo oscuro iluminar. Porque uno, roto, no sirve para los demás; no encuentra la salida y siente ir siempre para atrás. Y si llora de tristeza, es porque sueña con grandeza. Porque no todos podemos conectar. Somos minoría en el planeta los que vemos cómo hay que cambiar. Y tan pequeños en realidad, tan confundidos en verdad. La madre Tierra llama a que nos unamos, a que seamos más y vivamos en paz.
No pongamos más excusas,
ni actuemos con indiferencia.
Despertemos,
y tomemos conciencia.
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