Había una carta en la mesa del living. La tomé en mis manos, y mi corazón saltó. Sentí que no era una buena noticia. Leí mi nombre en tinta azul de pluma. Reconocí la letra. Ahora mi corazón estaba acelerado. Palpitaba muy fuerte, y muy rápido. No fue una sensación para nada agradable.
No me atrevía a abrirla. Sabía que me estaba quedando sola. Sabía que me lo merecía. Tantas veces me equivoqué. Tantos errores que cometí... Siempre tuve buenas intenciones. Sólo quería hacer el bien. Pero fallé, fallé, y volví a fallar. Creí que me había esforzado al máximo, pero nadie me creía.
Empecé a dudar de mí, de mis pensamientos, y de mis acciones. No entendía por qué no había podido ser quién deseaba ser. Necesitaba ser más pura, pero ésta cuestión iba más allá de la mera honestidad. Porque no era cierto que la verdad me liberaría. Alguien dijo alguna vez: Uno es dueño de sus pensamientos y esclavo de sus palabras. Definitivamente yo, ahora, soy esclava.
Soy más débil de lo que aparento. Y aún más de lo que admito. Por favor, comprendan, no quiero hacerme la víctima. De hecho, no lo soy. Y de serlo, sería tanto víctima como victimaria. Tampoco quiero “lavarme las manos”. Hago el mea culpa, lo prometo. Cargo con la mochila, bien pesada como es, y la llevo día a día conmigo. “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”.
Porque no puedo vivir lo que profeso. No puedo ser lo que sueño. No puedo demostrar lo que soy. No puedo dar amor; no puedo hacer el bien. No puedo ayudar a nadie. No puedo crecer más. No puedo cambiar...
Entonces, apoyé de nuevo la carta en la mesa. No la abrí. Fui hasta la heladera, saqué una botella de vidrio llena de agua fría, y tomé del pico. Tomé bastante, y mientras, seguía pensando en la carta. En lo que pasaría de ahora en más. Me lo imaginé todo.
Seguramente, la habitación estaría semi-vacía. En el baño, sólo un cepillo de dientes, y bajo la almohada mi pijama se encontraría sólo. Después de tanto tiempo, pobre pijama, sólo, esperando. Me imaginé también que habría mucho espacio en el placard. Tendría que llenarlo, no sé aún con qué, pero definitivamente no me gustaría ver ese espacio vacío. No lo soportaría. Me imaginé el silencio perpetuo, así, como ahora, pero infinito, y frío. Pensé en la soledad como compañía...
Guardé la botella de agua de nuevo en la heladera. La cerré, y me senté en el desayunador. Desde allí podía ver perfectamente la carta con mi nombre en tinta azul. Mi corazón volvió a desesperar. Había tensión en el aire, y ansiedad. No sabía que hacer, pero lo que sí sabía, era que una vez que la leyera, no habría vuelta atrás. Sería tan real como el rayo que cae seguido al relámpago. Y tan fuerte.
Estaba en shock, muerta en vida. Lo único que era capaz de hacer era dar permiso a mi corazón para seguir latiendo. Aunque a su propio ritmo, que era por demás acelerado. Seguro que tuve un ataque de pánico, porque tranquilamente podría haber confundido mis síntomas por un infarto. Me costaba mucho respirar bien. Tranquila.
Me levanté, y caminé hacia el baño. Por suerte la noche anterior me había dado un ataque de limpieza, porque sino, me hubiese deprimido aún más. Puse el tapón en la bañadera y gira la perilla del agua caliente. Sentí el agua con mis dedos, hasta que llegó a su punto máximo de calor. Giré ahora la del agua fría, y equilibré la temperatura hasta que se armonizó en su clima ideal. Le eché unos granos blancos de sales de baño, fragancia jazmín. Bastantes. También, de una botella plástica tipo Shampoo, un poco de gel fabricador de espuma. Tal vez éste baño me ayudaría, pensé.
Por la pequeña ventana del baño, pude ver que ya había anochecido. El cielo estaba negro, y un poco violeta. Tuve suerte, porque la toalla estaba colgada en la parte trasera de la puerta, y agradecí no tener que pasar por la habitación. Lo retrasaría lo más posible... Tal vez dormiría en el sillón del living.
Me tranquilizó el sonido del agua mientras caía. El vapor también ayudó, y el olor a jazmín ni hablar. Había logrado crear un nuevo ambiente. Uno más seguro, sin cartas, sin arrepentimientos, sin culpa, y sin miedo. Lentamente mi corazón volvió a la normalidad. Aproveché el momento para liberarme de mi ropa. Acomodé todo lo que me saqué en la tapa cerrada del inodoro, y me dispuse finalmente a meterme al agua.
Primero un pie, que entró y salió un par de veces antes de decidirse a entrar, y luego el otro. Lentamente fui agachándome hasta quedar sentada en la bañadera con las piernas estiradas. El agua estaba más caliente de lo normal, pero así es como siempre me gustó a mí. Apoyé la espalda y quedé casi acostada. Sumergí también mis brazos, lo único que se mantenía seco era de mi cuello para arriba. Respiré profundo tres veces, y a la tercera me sumergí completamente. Amé ese silencio, y esa paz, que sólo bajo el agua se puede encontrar.
De a poco, y parte por parte, lavé todo mi cuerpo con jabón y una esponja de luffa. Había muchísima espuma rodeándome, y un rico aroma a jazmín. Mis pensamientos cambiaron de rumbo, y volví a quererme. Me tuve fe, una vez más. Recuperé también la esperanza. Lavé todas mis penas, mis cicatrices emocionales, y mis culpas. Sentí que volvía a nacer.
Escuché un ruido que me sacó violentamente de la relajación en la que estaba. Fue como un portazo. Se me cruzaron muchas situaciones por la cabeza en un segundo: ¿Me estaban robando? ¿Me iban a secuestrar?... ¿Se habrá olvidado algo? Luego: pasos, y se acercaban hacia mí. Mi corazón volvió a acelerarse como antes, sin embargo, lo único que pude hacer dados los nervios que tenía, fue levantar mis rodillas y agarrar mis piernas con mis brazos, a modo de caparazón. Me sentí muy desnuda de repente.
Se abre la puerta del baño lentamente:
_ Amor, acá estabas. Sentí el olor a jazmín desde el ascensor. ¿Estás bien?
_ (Disimulando el pánico, aunque medio tartamuda) Si... ¿Por?
_ ¿No leíste la carta que te dejé? Te estaba esperando...
_ Ah... No, no la vi. ¿En dónde me esperabas; y para qué?
_ En nuestro Restaurante preferido. Tenía una sorpresa planeada... Ojalá hubieras leído la carta... Ahora ya es muy tarde. No llegamos.
_ Ehm... Perdón... No sé que decirte.
_ ¿Qué tal: Feliz Aniversario mi amor?
RG