domingo, 7 de abril de 2013

el bosque, la noche, y los tambores.

En un bosque; muy tarde, de noche, hace frío, y se escucha el sonido de un tambor. Los grillos y los sapos hacen el coro, pero es él quién pone el ritmo. Me hipnotiza con su sonido. Se suman otros. Dos, no, tres. No, cinco tambores diferentes, pero al unísono.
Cada uno tiene su momento, su solo. Mientras tanto los demás acompañan con una base. Con un fondo para su historia, para su mensaje particular. Y por más que uno podía oírlo, podía también sentirlo en su totalidad. Dentro, en lo profundo.
Se unen unas aves también. Cantan. Mi corazón se une a su ritmo. Mi palpitar los acompaña. Su melodía me llevó, y me introdujo en un mundo diferente. Viajé con la orquesta. Siempre inmóvil, apoyada en el mismo árbol. Siempre ahí, absorbiendo. Ausentada, aunque más presente que nunca.
Más conectada, más viva, sentí y pude comprender. Mis problemas se esfumaron. Mis proyectos igual. Me despido ya de mis propios pensamientos. Adiós demonios, adiós sombras. Tampoco hay lugar aquí para los sueños. Paz, y mi respiración. Mejor dicho, paz, mi respiración, y esa música. Éste bosque, mi árbol. Esos tambores...
Sentí el rocío caer. Hidrató mi cuerpo y lavó mi piel. Refrescó también a mi alma. Le agradecí, a él, al viento, al pasto, al árbol, y a la luna que se comenzaba a asomar. Radiente, y casi naranja. Gigante y hermosa. Le pasé a ella el mensaje, para que siga agradeciendo por mí. A la noche, a las tantas estrellas, y a las nubes dispersas por ahí. 
Descansé como nunca esa noche. Y al despertar, volví a nacer. Nací en un cuerpo liviano y puro. Luminoso por doquier. Especial, único y completo ser, con una mayor sabiduría y una meta más clara para ver.

RG

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